“Muchos adolescentes ni siquiera imaginan cómo es vivir en la privacidad”

Carissa Véliz dice que aprende mucho de las conversaciones con sus estudiantes de la Universidad de Oxford en el Reino Unido, con quienes discute el valor de la analogía, las relaciones personales y lo que hace una buena vida...
Es profesora del Instituto de Ética en Inteligencia Artificial de la Facultad de Filosofía de dicha institución y está convencida de que sólo protegiendo la privacidad podemos mantener segura la democracia.
La experta teme que muchos jóvenes, acostumbrados a crecer sin ella, no se den cuenta de las implicaciones que su ausencia puede tener para su futuro.
A continuación la entrevista que Carissa Véliz concedió a la periodista Elena Sanz, directora del sitio web The Conversation en España.
Elena Sanz - Comentaste una vez que la privacidad es un instinto animal que compartimos con todas las especies, y sin embargo, últimamente vivimos como si pudiéramos prescindir de ella. ¿Son conscientes las generaciones más jóvenes de su importancia?
Carissa Véliz - Es difícil responder, porque los "jóvenes" no son un grupo homogéneo: hay diferencias importantes según dónde nacen, dónde viven e incluso si son hombres o mujeres.
Últimamente, me ha sorprendido bastante que mis alumnos sean más conscientes de la importancia de la privacidad y menos adictos a la tecnología que muchos adultos. Aunque quizás mis alumnos no sean lo suficientemente representativos de la población.
En general, me preocupa que haya muchos jóvenes que no crecieron con privacidad, que ni siquiera pueden imaginar lo que es vivir con privacidad y, sobre todo, que no se dan cuenta de las implicaciones que su ausencia tiene para su futuro.

Sanz - La privacidad no se trata solo de si se nos permite ser vistos o conocidos. Cuando las empresas y los gobiernos tienen acceso a información sobre quiénes somos, qué hacemos, si gozamos de buena salud, cuáles son nuestras inclinaciones políticas o religiosas, o de quién estamos enamorados, esto tiene implicaciones.
Véliz - Es cierto. Principalmente porque, cuando siempre has vivido en una democracia, es difícil imaginar que es frágil, vulnerable, que podría terminar si no la cuidamos.
La pérdida de privacidad puede limitar tu libertad: la libertad de expresar tu opinión, la libertad de asociarte con quien elijas, la libertad de protestar pacíficamente. Cuando todo esto desaparece, las personas empiezan a temer lo que han dicho o lo que podrían decir, y terminan censurándose.
Esto ya ocurre en Inglaterra y Estados Unidos, donde se invade la privacidad de quienes intentan alquilar un apartamento: los propietarios contratan empresas de datos para obtener información sobre los potenciales inquilinos.
Y si te rechazan, si te niegan el acceso a una vivienda, no necesitas justificar por qué, no necesitas dar una razón.
Sanz - Se vulneran de esta forma varios de los derechos previstos en el artículo 12 de la Declaración Universal de Derechos Humanos, que proclama que garantiza la protección de la vida privada, la familia, el domicilio, la reputación...
Véliz - Por supuesto. Y lo más preocupante es que los problemas no surgen en el momento de la recopilación de datos; suelen aparecer mucho después.
Además, incluso cuando surgen, no es fácil establecer una conexión directa entre el momento en que un dato ya no nos pertenece y el momento en que experimentamos discriminación o exclusión debido a esa pérdida de datos.
Los derechos son derechos precisamente porque son bienes esenciales que deben protegerse. Y si la sociedad vive con una perspectiva excesivamente individualista, corremos el riesgo de perder derechos y libertades.

Sanz - En ocasiones, son los propios padres quienes empiezan a compartir los datos de sus hijos antes de poder decidirlo, sin darse cuenta de que, en el futuro, esto puede tener consecuencias negativas para sus hijos.
Véliz - Absolutamente. Y esto me hace pensar que todos necesitamos estar mejor informados, lo cual no es fácil, porque muchas empresas y gobiernos no tienen interés en revelar cómo procesan los datos.
Pero no debemos cometer el error de poner toda la responsabilidad sobre los hombros de los individuos, que ya están sobrecargados por el actual nivel de burocracia y carga de trabajo, y por la cantidad de exigencias que impone nuestra vida cotidiana.
Lo ideal sería tener mejores productos, donde todos tuvieran acceso a correos electrónicos privados y teléfonos celulares que respeten la privacidad.
Sanz - La necesidad de probar cosas nuevas y la atracción por el riesgo son inherentes a la adolescencia. Pero ¿qué pasa con los riesgos digitales? ¿Se asumen con la misma consciencia que, por ejemplo, el paracaidismo?
Véliz - En absoluto. Uno de los problemas de la vida digital es que es tan nueva. No tenemos suficiente experiencia como para sentir miedo visceral ante los riesgos a los que nos exponemos. En parte por su novedad, en parte por su abstracción y en parte porque fue diseñada para ser opaca.
Cuando escribo un mensaje que parece privado en una plataforma como X (antes Twitter), pero que en realidad es visible para todos, hay una incongruencia entre lo que realmente estoy haciendo y cómo me siento.
Por otro lado, somos seres biológicos, y si saltamos de un avión, la sensación física de riesgo es muy tangible. Pero si alguien te empuja a la red oscura o vende tus datos a un corredor de datos particularmente irresponsable, no hay ninguna sensación física que te alerte.

Sanz - ¿Explicar estos riesgos invisibles a los más jóvenes puede ayudarles a establecer límites?
Véliz - Creo que sí. He conocido a muchos estudiantes que evitan compartir ciertas cosas porque les preocupa el mañana, tener problemas en el futuro cuando busquen trabajo, porque alguien vio esa foto suya bebiendo demasiado o leyó ese comentario desagradable.
Sobre todo, animaría a los jóvenes a participar en la construcción de su propio mundo. Es su mundo, el mundo en el que vivirán, y tienen derecho a construirlo.
Me gustaría ver programadores jóvenes, dedicados a crear mejores aplicaciones que las existentes, que no quieran trabajar para Google, sino crear su propia empresa, con un espíritu diferente y sin prejuicios racistas o sexistas.
Sanz - ¿La digitalización implica vigilancia?
Véliz - No necesariamente. Según nuestra comprensión de lo digital, ambos están inextricablemente vinculados. Por eso necesitamos reinventarlo.
Sanz - Como bien dices, el debate no es tecnología "sí" o tecnología "no", sino tecnología "cómo" y, sobre todo, con qué ética.
Véliz - En efecto, la clave está en quién tiene el poder sobre la tecnología, quién la controla y hasta qué punto nos empodera. Un joven de 18 años vive en un mundo donde Google siempre ha existido, pero la verdad es que, si lo ponemos en perspectiva, Google ha existido durante un microsegundo en la historia de la humanidad.
Las nuevas generaciones deben entender que todo es temporal y que tienen la oportunidad de cambiar lo que no les gusta.

Sanz - Muchas redes sociales y apps nos ofrecen constantemente contenido personalizado, y eso nos atrapa en una especie de acuario, una burbuja donde sólo se muestra el contenido que coincide con nuestra forma de pensar, mientras el resto de la realidad se desvanece.
De esta forma, parece más fácil que triunfen los discursos de odio y la desinformación.
Véliz - Sí, es cierto. Pero la tecnología no tiene por qué encerrarnos en estos guetos de información, de ahí mi insistencia en que los jóvenes inventen algo diferente, algo menos personalizado. Porque todo lo personalizado nos aísla de los demás.
Insisto en que estamos en un momento en que es necesario implicarnos en la sociedad que tenemos, hacernos responsables de ella, moldearla, cultivarla, cuidarla.
Sanz - Y eso, por lo que entiendo, va más allá de la creación de nuevas tecnologías.
Véliz - Sí. Y aunque caigamos en la trampa de pensar que, en este momento, con el auge de la inteligencia artificial, lo más importante para construir el futuro es la ciencia experimental, la realidad es que este es el momento de las humanidades.
Porque sin las humanidades, sin una comprensión de cómo gobernar la tecnología, podemos terminar peor que si no hubiéramos desarrollado esta tecnología.
Leí recientemente en un artículo del Financial Times que las empresas se quejan de que sus empleados no son capaces de pensar por sí mismos. Y las disciplinas que nos enseñan a pensar son, precisamente, las humanidades.

Sanz - No sé si has seguido el debate que ha habido últimamente en España, con la última reforma de la Ley de Educación, sobre si mantener o no la filosofía como asignatura obligatoria, si realmente es útil.
Véliz - Que podamos siquiera insinuar que la filosofía no es útil deja claro que estamos ante un concepto de utilidad increíblemente superficial, cortoplacista, centrado sólo en producir y obtener resultados que podamos cuantificar, traducir a números.
La verdad es que todos tenemos una idea bastante intuitiva de que las cosas que más importan en la vida no se pueden medir.
Sanz- ¿ Qué mensaje enviarías a los jóvenes?
Véliz -Yo enviaría dos.
Lo primero es que este es el momento perfecto para leer. Lee todo lo que puedas. Lee historia, filosofía, política, antropología. Aprende de las generaciones pasadas cómo superaron los momentos más difíciles de sus vidas.
Y leer en papel, porque leer es un acto de desafío a todo lo que está sucediendo. En otras palabras: no, no voy a quedarme pegado a la computadora ni en las redes sociales; voy a leer a los grandes pensadores de la historia.
Lo segundo: que la vida no es digital, sino analógica... La vida es la vida de las cosas, de la cafetería de la esquina, de los amigos, de las conversaciones en persona, de la naturaleza, de salir a correr.
Y cuanto menos dependamos de lo digital, más sólida y satisfactoria será esta vida. Lo digital es un fantasma de lo analógico, una segunda opción que usamos cuando no podemos hacer algo analógico. Hablamos por Zoom cuando no podemos vernos en persona.
*Elena Sanz es la directora de The Conversation España. Carissa Véliz es profesora del Instituto de Ética en Inteligencia Artificial de la Facultad de Filosofía de la Universidad de Oxford.
Este artículo se publicó originalmente en el sitio de noticias académicas The Conversation y se republica aquí bajo una licencia Creative Commons. Lea la versión original aquí.
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